Por Amaranta Cartes.
Parece extraño tener que declarar la existencia y la vigencia de Violeta Parra. Su figura transversal no solo es enorme en Chile, sino que también en el mundo. Su legado es patrimonio de la cultura universal, sin embargo, muy pocos se preguntan qué significa Violeta para su familia, cuál es su herencia inmaterial y qué sentimientos despierta su silueta disuelta en la memoria de manera íntima en sus cercanos. La experiencia de escuchar o tocar su música vivida por cualquier chileno o chilena no será nunca la misma que la de sus hijos, amigos o nietos. Dirigido por Rodrigo Avilés, el documental “Violeta Existe” es justamente eso: relata la vivencia del proceso desencadenado por la iniciativa de Ángel y Javiera Parra Orrego de grabar el último disco de su abuela junto a su padre, Ángel Parra, y a un grupo de músicos chilenos invitados. Trata de la grabación del disco, pero también de todo lo que ocurrió después.
“Violeta Existe”, fue pre-estrenado anoche en el Teatro Nescafé de las Artes, en el marco del festival de cine In-Edit, que desde 2004 exhibe películas y documentales sobre música en distintos teatros, auditorios y salas de cine de Santiago y regiones. Aunque su principal foco son películas internacionales, ya van 160 documentales chilenos estrenados en el festival. Anoche, la sala del teatro contó con la presencia de sus protagonistas, Ángel y Javiera, así como con algunos de los artistas que los acompañaron en el proceso de grabación o de presentación en vivo del disco, como Ismael Oddó, Roberto Márquez y Francisco Campos.
Pero primero, hablemos del disco. Con Las últimas composiciones de Violeta Parra estamos hablando de una obra cumbre de la música latinoamericana. No es sino el recipiente de las canciones más emblemáticas de la artista como “Gracias a la vida”, “Run Run Se Fue Pa’l Norte”, “Maldigo del Alto Cielo”, “El Abertío”, “Volver a los 17” y “Rin del Angelito”. Su grabación fue realizada por Violeta Parra a fines de 1966 a través del sello RCA Víctor, cuatro meses antes de su suicidio, convirtiendo el título del LP en un presagio de su muerte. Como se cuenta en el documental, la propiedad de la cinta maestra se encuentra en manos de Pedro Valdebenito, un ingeniero eléctrico que en 1996 compró 3 mil masters del sello RCA Víctor entre los que se encontraba el único que Violeta grabó con dicho sello. Hoy, los derechos del álbum, elegido en 2008 por Rolling Stones como el mejor disco nacional de todos los tiempos, siguen en manos de Valdebenito.
Por otro lado, el disco nacido en 2016 de la iniciativa de Ángel Parra (hijo), que revivió todas las canciones de la última obra de su abuela, es parte de las muchas actividades conmemorativas de los 100 años del natalicio de Violeta Parra, celebrado en 2017. Pero, a diferencia de todos los demás, para Ángel y Javiera esto no es solo un homenaje, sino que es uno de los proyectos musicales más importantes de sus vidas y un viaje personal hacia el centro de su historia familiar y de la relación con la madre de su padre. El significado que tuvo este proceso para ellos es lo que se muestra en el documental.
La película transcurre principalmente en el estudio de grabación del disco, desde el que se quiso retratar la complejidad que conlleva cantar y tocar canciones de Violeta Parra. Álvaro López, Alex Anwandter, Manuel García y Roberto Márquez son retratados dentro de la sala de grabación intentando transmitir el constante desgarro y crudeza que todos, coincidentemente, identifican en las canciones del disco. Por medio de entrevistas, cada uno de ellos relata la dificultad que implicó su participación en la obra. Lo mismo ocurre con Javiera, quien lucha permanentemente con una forma de cantar que no le es propia, con ritmos y notas que no se acomodan del todo a su timbre y cadencia. Ángel, por otro lado, lo vive más desde el esfuerzo por comprender la música que luego tendría que tocar.
Una segunda línea del documental es Ángel Parra padre, convocado por su hijo y su hija para participar en el disco. Se le muestra desde su alegría y humor en instancias de grabación distintas a las que se ven en el estudio principal. La cámara captura muchas veces, a través de miradas, una admiración conmovedora de parte de su hijo Ángel, así como la cercanía y el cariño que se tienen. “Paparra” relata en una única entrevista su interpretación de lo que significa el trabajo que están realizando sus hijos para la figura de su madre, desde su necesidad histórica, pasando por su trascendencia familiar y personal. El hilo de esta historia termina con la muerte del cantautor el 11 de marzo de 2017, desencadenando, como relata Javiera, una carrera hacia Violeta y hacia la finalización del disco por la necesidad de tenerlo presente el mayor tiempo posible a pesar de su enfermedad. Su muerte en el transcurso de la historia marca un punto de quiebre para los hermanos Parra que le otorga un nuevo significado a la gira que vendría después.
El tercer foco es testimonial. Además de las entrevistas a Javiera y Ángel en las que relatan su relación con la figura de su abuela y de su padre, Gastón Soublette, amigo de Violeta y el ingeniero Luis Torrejón, quien estuvo a cargo de la grabación en 1966, relatan sus vivencias con la cantautora en los tiempos que rodean a la creación del disco y su posterior suicidio, dándole contexto a la obra original y conectando al público en una línea directa con el pasado de los protagonisatas que, aunque no lo vivieron, es parte fundamental de la historia contada.
Para terminar, el documental aborda la gira que nace del disco y que lo lleva a recorrer Chile, Europa y Latinoamérica. El relato se tuerce y la gira ya no resulta ser solo un homenaje a Violeta, sino que también al hijo y padre, a la bisagra entre los dos mundos de la historia, Luis Ángel Cereceda Parra. Javiera cuenta como el recorrido por escenarios diversos y el cariño del público fueron el consuelo que encontraron ella y su hermano frente a la muerte de su padre y cómo la música de su abuela adquirió nuevamente otro significado para ellos, al ser el motor de sus últimas experiencias junto a él.
Llama la atención la decisión creativa de no llenar el documental con la voz de Violeta Parra. No suenan canciones originales de ella, no se muestran videos de entrevistas, no aparece su voz en off. Violeta no es un fantasma llevado al cine, sino que, en este caso, son otros los protagonistas; músicos, amigos y familiares. Pero Violeta no está ausente, es su música la que da vida a todas las iniciativas y experiencias que se ven en la pantalla. No hay título mejor logrado; Violeta existe, pero no como un pasado triste, sino que como el presente de sus nietos, quienes, en sus propias palabras, lograron cerrar el ciclo que se necesitaba para que la música de Violeta siguiera adelante en el presente y llegara nuevamente a los corazones de todos los chilenos.