Por Jorge Fernández.
Un tipo cualquiera en la calle, martillo en mano, destroza un mosaico que representa la figura de Pedro Lemebel. El tipo trabaja con fruición mientras acumula el odio exacerbado de la población nacional que ve cómo un desquiciado destroza retazos de cultura por encargo. El cuerpo de Lemebel está muerto y enterrado. Pero sólo el cuerpo, porque la llama de la victoria en su prosa brilla con mayor esplendor ya sea por los idiotas que flagelan su estampa como por lo que lo idolatran y gozan con cada nueva muestra a partir de su legado.
Y ahí debe estar el escritor en su tumba, revolcándose de felicidad porque el imbécil del martillo acrecienta su figura y porque Tengo Miedo Torero, la reciente película estrenada basada en su única novela (Crónica larga decía él) está en el pedestal más alto de lo que se ha hecho en el cine nacional reciente.
La cinta de Rodrigo Sepúlveda (Aurora) se robó las miradas desde el primer minuto. Los encerrados espectadores aguardaban con expectación su estreno y el hecho de tener a Alfredo Castro (por petición expresa del propio Lemebel) encarnando a la Loca del Frente no hizo más que ensanchar la ansiedad. Los resultados incluso sobrepasaron lo esperado. La pantalla grande se redujo a los espacios comunes y miles de familias hicieron la previa a estas inusuales fiestas patrias disfrutando de una producción nacional de alto calibre.
No hay que hablar del argumento central porque la idea es que se descubra bajo el drama de la cebolla que se desembrolla por capas. Válgase decir que La Loca del Frente no recibe ese nombre porque cruzando una hendidura que se dibuja como pasaje a maltraer, viva la vecina (Amparo Noguera) atendiendo un pequeño almacén y la trate como tal, sino porque hay una ideología de por medio y, más aún, un fin que parece justificar los medios.
El apego con la novela es indiscutido y logra cautivar de manera certera. La Loca del Frente no tiene amigos, tiene amores, y aunque todo se frustre porque no salga como uno lo quiere, de igual modo se puede conquistar el mundo por medio de la satisfacción de haber vivido el presente como si no hubiese futuro. La mesa está servida desde siempre. El mantel bordado es lo que falta y, aunque se moje, no puede evitar sentirse resplandeciente al son de la marea que conduce los pensamientos.
La música retumba con luz propia. De la mano silenciosa de Pedro Aznar, inundan nuestros oídos clásicos AM de la talla de Paloma San Basilio, Chavela Vargas y Paquita la del Barrio. Las canciones se dibujan como parte de la historia. Poco a poco van naciendo las conclusiones a través de los coros hipnotizantes de melodías que no envejecen.
Qué ganas de que Lemebel hubiese visto cómo un tipo que no soporta verlo en la heroicidad máxima se revuelca en medio de la vergüenza pública, pero más ganas dan de que haya podido ver su Tengo Miedo Torero ser disfrutado no sólo desde la lectura, sino también desde el mundo audiovisual que él tanto aplaudía. La música de fondo, la historia entrecruzada y el respeto por su obra en la encarnación de los personajes. Todo como un todo donde no hay miedo, torero. Puedes seguir revolcándote de felicidad en tu tumba, querido Pedro Lemebel.