Por Jorge Fernández.
La ciencia ficción no es una novedad ni en la literatura ni en el cine. H.G. Welles, Asimov, Bradbury parecen haberlo escrito todo. La añosa Odisea en el Espacio, Alien e incluso E.T. condicionaron nuestras teorías infinitas sobre lo que hay más allá de nuestro planeta. Sin embargo, la gracia que tiene el futuro es que nunca llegará, por lo que cada teoría, aunque sea revisitada, siempre tendrá lo necesario para sorprendernos de alguna forma u otra.
Y es esa, precisamente, la invitación que nos hace la película rusa Sputnik: Un extraño pasajero, Porque aquí nos sumergimos en aguas profundas que nuestros ojos ya han visitado, pero matizada con tintes originales y algunos accesorios adicionales que hacen del filme de Egor Abramenko una historia para ver y disfrutar sin etiquetas de por medio. Si bien, aquí se recurre a partituras clásicas del género, hay efectos especiales novedosos, un sonido ambiente deslumbrante y una ambientación que gusta y mortifica por igual.
La película transcurre en el ocaso de la Guerra Fría. Como telón de fondo está esa lucha incesante de las grandes potencias del momento por conquistar el espacio extraterrestre. En este contexto, dos astronautas soviéticos vienen de regreso a la Tierra. Las cosas se complican tras un forzoso aterrizaje que, no sólo traerá consecuencias vitales, sino también, un extraño pasajero con tintes asesinos. O no tan asesinos si lo vemos con los ojos de los protagonistas quienes, poco a poco, sabrán manejar la situación de la mejor manera posible. Eso, por lo menos, nos hacen creer.
Una de las cosas llamativas que tiene la cinta es la perspectiva crítica que se tiene sobre el país. No hay héroes. Parece no haberlos, porque existen aristas más importantes a las que se debe apelar. En un orden militar que defiende lo que le sucede al Estado, los crímenes son un simple pelo en la cola y ni los consabidos héroes son tratados como tales, porque aquí hay principios que no se basan en la humanización, sino en el porvenir provechoso que se puede dar por medio de un arma única, literalmente, de otro planeta. Esta aceptación crítica de la película se debe también al inmenso fenómeno que produjo la serie de HBO Chernóbil donde la veta crítica hacia malas decisiones estamentales también causa estragos dentro de la sociedad.
Y aquí es donde se conjura la referida necesidad de enaltecer principios humanos. Las fuerzas militares se desvanecen tras los pensamientos puros de aquellos que creen cambiar el curso de las cosas, tal como sucediera en 1984 o Fahrenheit 451. Los buenos ganan, hasta cierto punto, la batalla ante los malos, pero la cosa no siempre pinta color de rosa, porque la vida es más bien en blanco y negro.
Una película absolutamente recomendable. En los carteles cinematográficas (electrónicos, claro está) se lee que es una película de terror y ciencia ficción. Si fuésemos mas puntillosos con las etiquetas, de terror hay poco. Suspenso tal vez. Intriga o alguno de esos nombres estereotipados que existen. Y en cuanto al segundo punto, lo mejor sería categorizarla como una ucronía, esa parte ficticia de la historia donde te remontas a un pasado existente con un argumento que nunca existió.
Hay referencias pasadas reiteradas, es cierto. Pero, sumando y restando, la película tiene más cosas que ofrecer de lo que un enarbolado crítico de cuarta categoría tendría para decir.