Por Manuela Beltrán.

El documental “Coda” construye un hermoso retrato del compositor japonés Ryiuchi Sakamoto, famoso por las bandas sonoras de películas como “The revenant” (2016), y “Merry Christmas Mr. Lawrence” (1983), protagonizada por David Bowie. El documental nos muestra en un abanico de anécdotas y escenas caseras llenas de máquinas e instrumentos musicales en una inmersión suave y amena hacia la sensibilidad del músico. Nos muestra su proceso creativo, es decir el origen inmensamente profundo de la música que compone. Con la delicada tradición japonesa de admiración a la naturaleza a través de la poesía, “Coda” también reúne esas metáforas visuales en la que se conjugan armónicamente sonido e imagen. Las fuerzas destructivas y armónicas de la naturaleza, la muerte, la guerra, y las armonías y sus texturas son temas que atraviesan todo el film.

Desde sus primeras escenas, la cinta nos muestra algunas características fundamentales en el imaginario del músico japonés. Por un lado vemos lo vemos participando activamente en las manifestaciones en Japón contra la reapertura de las plantas de energía nuclear, luego de los desastres de Fukushima. Y por otra parte lo vemos recuperando desde los escombros un piano de cola que sobrevivió el terremoto y tsunami del 11 de marzo 2011. En esta escena vemos a Sakamoto como observa el instrumento, como lo revisa por dentro en sus mecanismos, y como lo acaricia casi como a un ser viviente. La personalidad extravagante y comprometida con el sentir, así como la notoriedad en aquellos detalles imperceptibles queda plasmada en la música que inspira tantas emociones.

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A lo largo de la película, el relato volverá a dialogar con estos sonidos desafinados, disonantes y retorcidos del piano del tsunami. Como lo hacen por ejemplo cuando cuenta la superación del cáncer orofaríngeo y por el cual tuvo que pasar por quimioterapia. Luego de haber anunciado su retirada de la música y después de su tratamiento, recibe una llamada de Alejandro González Iñárritu para hacer la banda sonora de la película que se llama (justamente) “El Renacido”, que de cualquier modo, obviando el fuerte contenido de venganza de la película, pareciera ser una metáfora sobre su propio renacer.

Consciente de lo frágil que es la línea entre la vida y la muerte, la película también muestra una escena en la que un joven Sakamoto, interpreta la ópera “Life” (1999), junto con una proyección gigante las declaraciones de J. Robert Oppenheimer en el 60 aniversario de la bomba nuclear “Me he convertido en muerte, el destructor de mundos” se repite de forma poética, sobre música tremendamente oscura y dramática. “La música requiere paz” dice Sakamoto. Este es tan sólo uno de los ejemplos de cómo el músico se sumerge en la poesía de las obras que lo inspiran. Es así como nos muestra también sus múltiples copias del libro de Paul Bowles, “The Sheltering Sky”, de la cual Bertolucci le pidió que dirigiera su banda sonora de su adaptación en 1990. La película hace una pausa en la cita que más lo inspira: «Como no sabemos cuándo vamos a morir llegamos a creer que la vida es un pozo inagotable, sin embargo todo sucede solo un cierto número de veces, y no demasiadas. ¿En cuántas ocasiones te vendrá a la memoria aquella tarde de tu infancia? Una tarde que ha marcado el resto de tu existencia, una tarde tan importante que ni siquiera puedes concebir tu vida sin ella. Quizás cuatro o cinco veces, quizás ni siquiera eso. ¿Y cuántas veces más contemplaras la luna llena? Quizás veinte, y sin embargo todo parece ilimitado…»

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Sakamoto se compromete profundamente con el trabajo creativo, hace inmersión total en sentimientos universales. “Cuando compongo para otra persona, estoy realizando la visión de esa persona”. Se compromete con su propia sensibilidad y para obtenerlos sonidos se mantiene alerta, sereno y creativo. Los experimentos con sonidos por ejemplo, cuando lo vemos sentado en el hielo a grabando el agua del polo norte derritiéndose en un agujerito y dice “I’m fishing the sound” (“estoy pescando el sonido”). La manera en que usa el sonido del agua, del viento y del sonido de los pasos en la naturaleza, todo tiene una textura, una identidad propia y Sakamoto le ofrece reverencia y amor. Lo vemos también grabar el sonido de la lluvia desde la ventana del techo de su casa, o también ponerse una cubeta de plástico en la cabeza y salir a sentir las gotas cayendo. También experimenta con máquinas y hasta le saca sonido con un arco de violín a un platillo de batería, o hasta a un gong. Todo con tranquilidad y serenidad para no alterar las ondas sonoras que pareciera controlar.

Asombrosamente consciente de la naturaleza, la película de Sakamoto presenta una metáfora además del piano del tsunami, sobre el Steinway que tiene en su casa. Ambos se desafinan, como todo instrumento lo hace, pero al hacerlo Sakamoto sabe que esto es obra de la naturaleza tratando de volver sus elementos a su estado natural. La música es su propio diálogo con la naturaleza, buscando la armonía que compone al mundo, sin dejar fuera a las desarmonías. Su trayectoria es la de un músico y un poeta que logra traducir la voz de la naturaleza en su propia sensibilidad.