Rompiendo fronteras: Richard Bona y Mandekan Cubano se presentaron ayer en el Nescafé de las artes
18 de octubre 2016.
Por Juan Pablo Droguett.
Fotografías por Álvaro Gauna.
Con un comienzo un poco tardío, pero lleno de expectativas, un pulcro Nano Stern dio el vamos a una mágica noche, repleta de sonidos mestizos que inconfundiblemente son parte del flujo cultural que derriba fronteras impuestas por otros. Pese a su breve participación Stern logró cautivar al público que, impacientemente esperaba a Richard Bona, construyendo una magnífica composición que convergían junto a un dulce relato de Violeta Parra, contándonos como la guitarra, y creo que también la música, le devolvía el alma. Relató que bajó el telón a la intensa participación de Nano y dio una pequeña muestra de lo que estaba por venir.
¿Qué podemos decir cuando un músico sube al escenario con una propuesta tan genuina e innovadora que prácticamente nos deja sin palabras? Bueno. No es fácil, pero lo intentaré. Primero debo comentar la imagen sui generis que se me vino a la cabeza al pensar en Richard Bona, un músico camerunés que ha forjado su carrera tocando Jazz en París y Nueva York, se paraba en el escenario junto a un ensamble de músicos cubanos en Chile, presentando ¨Heritage¨, álbum lanzado durante el presente año, que entrelaza melodías propias de la tradición africana junto con la percusión afrocubana aportada por Roberto y Luisito Quintero, además del genial Osmany Paredes en piano quien sabe muy bien cómo aportar con aquellos resabios de lo que podríamos escuchar en la mítica banda Buenavista social Club.
Así como todos los grandes exponentes del género, la capacidad interpretativa de Richard Bona es simplemente implacable, la complejidad de los arreglos se comprometía con el desplante físico sobre el escenario, dando como resultado una propuesta casi sin esfuerzo, aparentemente todo lo que hace es natural, tan innato como respirar, al punto que me pregunté si es que si no era instintivo.
Como si no fuera suficientemente desafiante tocar el bajo como lo hace, con ese groove neoyorquino, citando en innumerables ocaciones al gran Jaco Pastorius, especialmente cuando sobre la mezcla de sonidos resaltaban los armónicos artificiales que se disfrazaban como otro instrumento. Además Richard Bona es poseedor de una de las voces más cautivantes que he podido oír en vivo, un registro vocal absurdamente amplio, que inmediatamente nos evoca a Bobby McFerrin, y nos recuerda que la voz es un instrumento más dentro de la música y su ejecución puede ser tan compleja como magistral. Extravagancia interpretativa que se pone al servicio de la composición musical, él artista camerunés no cae en la tentación de explotar una actuación exageradamente difícil, muy por el contrario, encuentra el instante preciso en cada pieza musical para dar muestras de su virtuosismo, cuidando de celosa manera no sobresalir ilimitadamente, pese a poder hacerlo.
Capítulo aparte es su simpatía, cada vez que pudo nos saco una carcajada, ya sea llamándole la atención a algún miembro del público, que descuidadamente bajaba por el pasillo mientras la banda se encontraba en silencio o encarando al staff técnico por la falla de un micrófono. Un simple loop que permite la grabación y reproducción simultánea de su voz, se convirtió en ¨The Chilean Voodoo Black Machine¨ con la que interpretó la canción chilena más antigua de la historia, tan antigua que solo él la sabia.
Bona permite que la interacción con el público sea otra parte del espectáculo, creando melodías para que todos los asistentes cantaran y formaran parte de una armonía perfecta con los músicos que lo acompañaron, generosidad que obviamente también comparte con sus músicos, generando una complicidad entre todos quienes estuvimos ayer y lo aplaudimos a rabiar agradecidos de tan maravilloso espectáculo.
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