Por Jorge Fernández.
La década de los setenta trajo consigo cambios efervescentes en el rock. En aquellos tiempos la música transitaba por sus mejores momentos. El arrastre del pop de The Beatles en contraposición a Rolling Stones, Led Zeppelin, Pink Floyd y un marcado hipismo sesentero estaban en boca de todos, ya sea en forma de pastillas o de visiones estrafalarias. Se podía hablar de armonía, de musicalidad en su máxima expresión. Miel sobre hojuelas podrían concluir los entendidos, si no fuera por la irrupción mediática de unos veinteañeros británicos que irrumpieron en escena y destruyeron todo a su paso, dejando una huella imborrable con tan solo un puñado de sencillos y un único disco de estudio en su vitrina.
Johnny Rotten, Steve Jones, Glen Matlock, Paul Cock y, un tanto más adelante, Sid Vicious fueron parte de Sex Pistols, agrupación que, pese a su fugaz temporalidad, marcaron a fuego a una generación con sus vomitivas letras y afiladísimo sonido. De esta certera patada en los huevos a la sociedad es de lo que habla el libro “Never Mind the Bullocks: Aquí están los Sex Pistols” del escritor español Marcos Gendre y publicado en Chile por Santiago Ander Editorial.
“La humanidad se manifiesta porque el silencio que viene de la opresión es una forma de muerte” dice el escritor argentino Walter Lezcano en el prólogo del libro y con ello crea una especie de lema para adentrarnos en los sonidos ácidos de la agrupación británica que no le tuvo miedo a nada y que levantó la voz, independiente de si había cámaras de por medio o si se ponía en juego su reputación.
No future se nos viene inevitablemente a la cabeza cuando pensamos en Sex Pistols. Aquí se esclarece un tanto la definición donde el eje está más en el aprovechamiento que en la resignación. Por lo mismo y a través de un camino cronológico se nos va describiendo la montaña rusa que fue ese mítico año 1977 para el punk rock más insurgente y contestatario, donde vivieron múltiples escollos, como lo fue el ser despedidos de EMI o dejar de contar entre sus filas con Glen Matlock, bajista y artífice de varias letras de la banda.
Irreverentes al punto de poner como título a una canción anti imperialista el mismo nombre que se reza en el himno nacional, con un Johnny Rotten que parecía un sujeto descontrolado y sin parangón, el cuarteto mostraba una actitud desaliñada que reconfiguraba toda conducta musical de la época. Así y todo, queriendo demostrar que la primera y única norma de la actitud punk es precisamente la ausencia de estas, contaban con un guitarrista como Steve Jones quien aportaba su guitarreo constante y disonante en cada canción, transformándolos en una basura musical apetecible por todos aquellos gatos que en la noche son grises.
El libro aborda con mayor fruición sus primeros sencillos, aquellos que salieron previos al disco y luego hace un repaso por el resto, remarcando su importancia y analizando parte de sus letras. También hay espacio para hablar de otros tipos con una enorme incidencia en el éxito de la banda como el manager Malcolm McLaren y el productor Chris Thomas. A su vez, también hay entradas vistosas entre las que destaca la repercusión social que tuvieron junto a la estética de la portada y de su extravagante forma de vestir.
Para los fanáticos del punk y para aquellos que quieren indagar en las razones por las que un género tan dadaísta puede remojar los cerebros enturbiados de la sociedad, este es un texto esencial en el que se ve que Rotten, Jones y el resto de la banda hicieron lo que quisieron y alteraron para siempre el efecto que puede provocar el desaforado punk rock.