Natalia Valdebenito y su cierre de la gira «Gritona»: Humor desenfadado y a montones
Teatro Caupolicán, 26 de octubre 2016.
Por Nicolás Morán.
Fotografías por Felipe Morales.
Dicen que un minuto de risa aumenta la esperanza de vida. Con todo lo que me reí ayer, tengo vida eterna. Puedo asegurar que desde hace mucho tiempo que no lloraba de risa.
Luego de una tarde calurosa y seca, refrescarse con el humor que nos brindó la otrora cabra chica gritona a los que tuvimos la fortuna de asistir al espectáculo de ayer miércoles en el Caupolicán. Con un público mayoritariamente femenino, comenzaron los cerca de 150 minutos de Stand Up Comedy de la, debo agregar -a riesgo de ser linchado- guapísima actriz.
Aunque hubo un pequeño retraso, yo se lo perdono todo. Solamente fueron 10 minutos, no obstante, el público pedía a gritos el inicio. La gente estaba impaciente y se notaba.
Desde el minuto uno, hubo un ambiente distendido. Considerando el tamaño del Teatro Caupolicán, que se sintiera íntimo un espacio así, es un mérito mayor.
Destaco el trabajo escenográfico, ya que estaba muy sobrio y bien logrado. Era de una elegancia y buen gusto que aprecio desde la estética de un espectáculo integral. De hecho la cortina roja y las luces suaves, lograban ese ambiente tan rico que uno como espectador espera de presentaciones como ésta.
Sin mentir, estaba repleto. Los que conocen el teatro, saben que las galerías son infinitas, angostas y llegan casi hasta el techo. Y aún así, habían personas ahí. De hecho, había más gente ahí que la que votó el pasado domingo (le robé ese chiste, porque era tan tristemente cierto).
Para abrir el show, se presentaron “Las Orcas Asesinas”, las guardaespaldas teloneras de Valdebenito. Nada que decir. Alegría constante desde que subieron. Su pega era mantener al público prendido y expectante. Fueron unos 10 minutos muy divertidos de presentación que culminaron con la entrada de Natalia.
Habló de todo, con un estilo deslenguado y fresco. Su garabato bien puesto y las riendas bien firmes. No se le escapó una. Con esa dispersión típicamente suya, pasaba de temas como lo humana que es “Bolocco Cecilia” para entrar en el feminismo. Tocó temas como el suicidio, la muerte, el sexo, el aborto, la violencia contra la mujer, el machismo y las críticas a las que ha sido sometida luego de su actuación en Viña. Pero todo eso, comentado con una sencillez y naturalidad que no podías parar de reír.
Para mí, una genio del Stand Up. Las casi dos horas y media se me fueron volando entre tema y tema. Y uno por la chita que lo agradece. Este show en particular me caló hondo.
Mientras corrían los minutos, se metió con las suegras y ahí cerró la primera parte. Luego, cercano a las 22, volvieron las Orcas y explicaron que lo siguiente era improvisación. Interactuando con el público, comenzaron a preguntar profesiones, estado civil, gustos, etc. Para poder entregarle un personaje a la actriz con el cual sorprender.
A las 22:20 partió con la improvisación de una mujer divorciada y medio trastornada. Debo decirlo, locura total. La gente no paraba con las carcajadas y siendo bien sincero, casi muero porque se me estaba olvidando respirar.
La tercera parte del show era una sorpresa. Para cerrar «Gritona», las Orcas Asesinas llamaron al escenario a Nathalie Nicloux. Yo en ese momento pensé que si todo lo anterior era insuperable, es porque no gozo de tanta imaginación.
La chiquilla llegó a darle esa chispa tan propia, al punto de que me gustaría verlas a ambas de gira. ¡Juntas son dinamita!
Nicloux se enfocó más en la vida de pareja, sobre todo en esas rarezas que hacemos los hombres, como no encontrar las cosas (me incluyo y me declaro presidente en eso) Pero puso énfasis en las críticas que reciben las mujeres que tienen vidas más libres y que viven sin tanto drama. Para cerrar ese tema, entró Natalia y se pusieron a cantar «Mujer contra Mujer», del grupo español Mecano.
Eso ya era demasiado. Completito el espectáculo. Redondo y bien logrado. ¿Qué más podía pedir? Obvio. Que volviera la protagonista a cerrar. Y así fue; tuvimos cerca de media hora más de talento. Habló de la muerte, de los gatos, de los perros y los amantes de los mismos. Se mandó unas frases para el bronce; sobre todo la última, dedicada a la sempiterna y aparentemente inmortal, Lucía Hiriart.
En la despedida, cantó «Quiero ver», de la compatriota Myriam Hernández; y la gente, extasiada se levantó de su asiento. Ya no había más que hacer, sólo hacer lo mismo y alabar uno de los espectáculos más entretenidos y completos que he visto. Llega hasta a dar rabia que los programas en los que estuvo no le sacaran el jugo, a la que yo me arriesgaría a decir que es la mejor comediante chilena del momento.
En resumen: Si vuelve a salir de gira, estaré en los primeros asientos con mi cintillo y polera con su fotografía. Le pongo un 6,9 (No le coloco el 7 para que no crean que soy fácil de contentar)
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