Por Jaime Farfán.

Esta fue la década de Lana del Rey. Corría un revolucionado 2011, cuando la melancólica figura de Elizabeth “Lizzy” Woolridge Grant fue el centro de las miradas, después de transformarse en un fenómeno viral con “Video Games”. Un video autoproducido, la historia de un novio negligente y una fuerte vibra vintage. Solo eso necesitó para hacerse un nombre en la difícil escena del pop moderno, y para encender una carrera que, cinco álbumes más tarde, la trae de vuelta a Chile en la cresta de la ola. La cita es nuevamente en Lollapalooza, el año 2020, siendo uno de los pesos pesados en la parrilla del festival, pronto a celebrar 10 años.

Es que Norman Fucking Rockwell, la placa que lanzó el septiembre pasado, es testimonio de la madurez que Del Rey ha alcanzado artísticamente, una revelación increíble de sus habilidades. Un álbum elegante y complejo, donde destruye el patriotismo y hace una ácida mirada hacia un sueño americano en agonía, es un triunfo de lírica para la cantante. En temas como “The Greatest” termina siendo un espejo del cansancio generacional que se refleja en las calles, mientras se envuelve en una bandera desgastada y desteñida. La misma tónica se saborea en el resto de canciones que integran la grabación, incluyendo los exitosos singles “Mariners Apartment Complex” y “Doin’ Time”. Nostalgia seductora es lo que logra conjurar, danzando entre pianos apocalípticos y melodías pop no exentas de trances de psicodelia.

De la mano del talentoso productor Jack Antonoff, la cantante da un gran salto definitivo hacia las grandes ligas. Un disco que, según los críticos, ha posicionado a Del Rey “como una de las más grandiosas cantautoras vivas de América”, y que ha encabezado varias listas de lo mejor del año. Entre baladas de amor consumista, sin abandonar el fuerte minimalismo que la caracteriza, Lana del Rey sella en NFR la fórmula que viene desarrollando desde “Blue Jeans”. Sin lugar a dudas, la puesta en vivo de tanto avance será un evento imperdible en Lollapalooza.

Existía una promesa de talento que se anunciaba en el adolescente Born to die, una segunda placa que funcionó como introducción al cautivante universo de Elizabeth. Letras salpicadas de referencia al imaginario americano de mitad del siglo pasado, con colores de Springsteen y Bob Dylan. Mucho de Leonard Cohen transmite en el fondo también, en temas como «National Anthem». Mismos tintes que utiliza para pintar el paraíso vintage de Ultraviolence, un álbum cinematográfico que dejó grandes favoritos, entre ellos, «Shades of cool».

No ha pasado mucho tiempo desde el debut de la norteamericana en Santiago, también dentro del festival del Parque O’Higgins. Un show de ensueño, en contexto de la promoción de Lust for Life, que atrapó muchos corazones entre su oscuro sonido y los suaves susurros de sus letras. Canciones como “13 Beaches” y “Cherry” quedaron resonando en los oídos de los fanáticos, que pronto tendrán la oportunidad de volver sumergirse en las melosas aguas de la música de Lana del Rey. Llamados somos a ser testigos de la presentación de esta poeta, a vibrar con los versos oxidados de una sociedad que se derrumba.

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