Por Carlos Barahona.
Hablar de Incubus es hablar de una banda que ha hecho de la mutación su sello más reconocible. Surgidos en la efervescente escena alternativa de California en los años 90, lograron lo que pocas bandas de su generación han podido resolver: sobrevivir al paso del tiempo sin aferrarse a una fórmula, evolucionando con honestidad y riesgo. En lugar de repetir estructuras o sonidos que les aseguraran el aplauso fácil, el conjunto ha elegido cuestionarse a sí mismos y tomar caminos inesperados, incluso cuando eso haya podido significar la pérdida de parte de su fanaticada. Mike Eizinger en guitarras, Dj Kilmore en tornamesas y teclados, José Pasillas en la batería más el bajo que ha pasado linealmente entre Alex “Dirk Lance” Katunich, Ben Kenney y actualmente, Nicole Row.
Pero más allá de sus giros sonoros, la evolución también se ha manifestado en el terreno lírico. Las letras, a cargo de su vocalista Brandon Boyd, han acompañado esta transformación como un diario íntimo en constante apertura, transitando desde la crítica ácida y existencial de sus primeros años hasta la contemplación madura y emocional de sus discos más recientes. Así, Incubus no solo ha construido una discografía ecléctica y rica, sino también una historia emocional contada a través de acordes, distorsión, melodías y palabras. Este viaje que ha realizado la banda en tres décadas de historia, lo revisaremos brevemente en estas líneas, explorando etapas clave de su sonido y su lírica, a través de canciones y fragmentos que revelan la profundidad de una banda que nunca ha dejado de buscarse, ni de transformarse.
La primera etapa de la banda, marcada por discos como Fungus Amongus (1995) y especialmente S.C.I.E.N.C.E. (1997), es un cóctel explosivo de funk metal, rap, psicodelia y una actitud irreverente. Musicalmente, sus composiciones están plagadas de cambios de ritmo abruptos, scratches, riffs potentes y una energía visceral. Sin embargo, bajo esa superficie intensa, ya se vislumbra una lírica que, aunque en ocasiones humorística o críptica, empieza a indagar en temas existenciales. En canciones como “Vitamin”, Brandon Boyd canta: «I’m born, I’m alive, I breathe / In a moment or two I realize / That the sphere upon which I reside / Is asleep on its feet.» («Nací, estoy vivo, respiro / En un momento me doy cuenta / Que la esfera sobre la cual resido / Está dormida de pie.»). Esta conciencia de estar despierto en un mundo dormido anticipa el carácter introspectivo que dominaría su obra futura.
Por su parte en “A Certain Shade of Green”, por su parte, lanza una crítica ácida al conformismo y la inercia vital: «A certain shade of green / Tell me, is that what you need?» («Un cierto tono de verde / Dime, ¿es eso lo que necesitas?»). La canción es al mismo tiempo un juego de palabras y una interpelación directa a quien vive sin cuestionarse el rumbo de su existencia.
A partir de Make Yourself (1999), Incubus da un giro decisivo. La distorsión da paso a melodías más limpias, los riffs son menos agresivos y aparece un mayor espacio para la voz y las emociones. Es el momento de “Drive”, tal vez su canción más conocida, donde la lírica da un paso hacia la introspección más clara: «Whatever tomorrow brings, I’ll be there / With open arms and open eyes». La banda abraza un sonido más accesible sin perder profundidad, y comienza a conectar con una audiencia más amplia que busca algo más que furia o rebeldía.
Este tránsito hacia lo emocional y lo atmosférico se intensifica con Morning View (2001), un álbum grabado junto al mar, donde cada canción parece estar impregnada del ritmo de las olas. Temas como “Just a phase” trata sobre las relaciones interpersonales y cómo a veces podemos sentir que son sacudidas ciertas emociones o situaciones son temporales o pasajeras, incluso cuando en el momento parecen intensas o duraderas. Esta dualidad entre la paz del momento y la añoranza de una presencia ausente marca un punto alto en la capacidad de Incubus para transmitir estados emocionales complejos desde la sencillez.
Y en «Mexico», una balada desnuda de arreglos, Boyd canta con una vulnerabilidad poco común: «You could see me reach / so why couldn’t you have met me halfway?» («Podías verme esforzarme / entonces, ¿por qué no pudiste encontrarme a mitad de camino?»). La banda se convierte en portavoz de emociones contenidas, de procesos internos, de pequeñas catarsis personales. El giro más evidente llega con A Crow Left of the Murder… (2004), un disco donde la banda vuelve a experimentar, pero con un sonido más sofisticado. Las guitarras de Einziger se tornan más progresivas y complejas, y la banda se atreve con estructuras menos convencionales. “Megalomaniac” es una crítica feroz al poder y al ego desmedido, escrita en el contexto del gobierno de George W. Bush: «Hey megalomaniac / You’re no Jesus / Yeah, you’re no fucking Elvis either». («Oye, megalómano / No eres Jesús / Y tampoco eres maldito Elvis.»). Es un momento en que los californianos abrazan lo político sin perder la poética. Una letra que, lamentablemente, sigue con más vigencia que nunca.
“Talk Shows on Mute” ofrece una crítica al embrutecimiento mediático y la banalidad del espectáculo: «Come one, come all / Into 1984 / Yeah, three, two, one / Lights! Camera! Transaction!» («Vengan todos, vengan ya / Bienvenidos a 1984 / Sí, tres, dos, uno / ¡Luces! ¡Cámara! ¡Transacción!»). La referencia a la novela de George Orwell subraya la preocupación de la banda por una sociedad que se vuelve espectadora de su propia alienación.
Con Light Grenades (2006), Incubus alcanza quizás su momento de mayor ambivalencia. El álbum oscila entre canciones viscerales y otras más introspectivas. En “Anna Molly”, una de las más enérgicas, se retoma la obsesión por lo inasible, por la figura ideal que no termina de materializarse: «A cloud hangs over this city by the sea / I watch the ships pass and wonder if she might be / Out there and sober as well from loneliness». («Una nube cuelga sobre esta ciudad junto al mar / Veo pasar los barcos y me pregunto si ella podría estar / allá afuera, también sobria de soledad.»). En cambio, en “Love Hurts”, la banda se rinde al amor romántico desde una perspectiva melancólica, casi adolescente: «Love hurts / But sometimes it’s a good hurt / And it feels like I’m alive». («El amor duele / Pero a veces es un buen dolor / Y se siente como si estuviera vivo.»). Hay una tensión constante entre el deseo de madurez y la nostalgia de lo emocional inmediato.
La transformación más radical llega con If Not Now, When? (2011), donde la banda se entrega a un sonido más pulido, casi minimalista, con influencias del soul, el pop barroco y la balada alternativa. Las guitarras se suavizan, los tempos se ralentizan, y la banda parece respirar con mayor calma. La canción que da nombre al álbum es casi un manifiesto existencial: «If not now, when? / If not today, then what happens tomorrow?» (“Si no es hoy ¿Cuándo?/ Si no es hoy, ¿entonces que pasará mañana?”). La pregunta no es solo para el oyente, sino también para los propios miembros del grupo, que ya no son los mismos jóvenes experimentales de los noventa.
“Promises, Promises” habla desde el desencanto, con una narrativa cercana al diálogo íntimo: «I’m not used to being honest / I’m just used to getting my way». («No estoy acostumbrado a ser honesto / Solo estoy acostumbrado a salirme con la mía»). Boyd se muestra cada vez más como un letrista que se enfrenta sin adornos a su propia vulnerabilidad.
Tras una pausa, Incubus regresa con el EP Trust Fall (Side A) en 2015 y el álbum 8 en 2017, producido en parte por Skrillex. Este último trabajo fue polémico por su sonido más electrónico y la sensación de falta de cohesión. Sin embargo, canciones como “Nimble Bastard” muestran que la banda aún puede explotar una energía vibrante: «You keep changing your shape just to fit in / I keep playing your games and losing». («Tú sigues cambiando de forma solo para encajar / Yo sigo jugando tus juegos y perdiendo».). La crítica a la adaptación constante, al camuflaje social, resuena en un mundo cada vez más volátil y cambiante.
En Trust Fall (Side B) (2020), la banda parece encontrar de nuevo el equilibrio. Con canciones como “Into the Summer” y “Our Love”, los norteamericanos muestran que aún pueden ser una banda emocional, cálida, reflexiva, sin dejar de lado la experimentación sonora. Las letras ya no buscan respuestas universales, sino momentos sinceros y personales, como en «Paper Cuts»: «You’re a paper cut / Left on the edge of my touch / You’re a slow goodbye that I still clutch». (“Eres un corte de papel / dejado al borde de mi tacto / Eres una despedida lenta que aún me aferro a sostener»).
Así, luego de tres décadas de ires y venires, la evolución de Incubus no es solo una historia de transformación musical, sino también una narrativa de maduración personal. Han pasado del caos sonoro y la crítica existencial desenfadada a una introspección profunda, desde el grito juvenil hasta el susurro adulto. Brandon Boyd, con su estilo lírico sensible y filosófico, ha sido el hilo conductor de esta historia. Los californianos no han tenido miedo de reinventarse, de decepcionar a los puristas ni de experimentar. Y en esa incomodidad, en esa búsqueda incesante, reside su verdadero valor artístico. No solo eso, sino que este valor es recibido desde hace años en el lazo que han generado con el público chileno, el mismo que este año, y de manera inédita podrá disfrutarlos en cuatro shows: la primera pincelada, el Festival de la Canción de Viña del Mar, el cual fue una pincelada inicial de su trayectoria. Y ahora es el turno de disfrutarlos en el Movistar Arena, por partida triple este 3, 4 y 5 de abril, para celebrar nada más ni nada menos que al icónico Morning View, disco que marca un antes y un después en su dilatada trayectoria.