Por Jorge Fernández.
Cuando ves a un punk con un corte de pelo mohicano
no sabes si en realidad estás viendo a un filósofo.
Greg Graffin
Las palabras del inicio de este texto pertenecen al vocalista de la emblemática banda norteamericana Bad Religion, fuente inagotable de letras con un contenido profundo y social y que aparecerán, en más de una ocasión, en el ensayo “¡Han visto mi zapatilla? Las filosofías tras la fiesta punk” del filósofo chileno Eduardo Schele y publicado recientemente por Santiago Ander Editorial.
Hacer un escrito de esta envergadura y que logre ser atractivo para el mundo en general, es una apuesta complicada. Sin embargo, Schele se viste con la 10 en el dorsal y distribuye ideas a diestra y siniestra, encajando pases entrelíneas y dosificando el contenido con un lenguaje divulgativo y nada pretencioso. La idea es que la fiesta sea de todos y para todos.
El tratado que propone el escritor busca enrolar el movimiento punk y sus diversas vertientes rítmicas con filosofías clásicas y más contemporáneas, dando a entender que las ideas que se gritan, acompañadas de unos cuantos acordes, no distan tanto de pensamientos que han moldeado, desde diferentes planos, a la humanidad. Todo respaldado con extractos de canciones de bandas eclécticas, pero con un fondo común como Black Flag, The Exploited, La Polla Records, Eskorbuto o Dead Kennedys, entre tantas otras. En el plano nacional, por su parte, nos encontramos con letras de Los Miserables, Fiskales Ad Hok, BBS Paranoicos, Los KK, Machuca y Los Peores de Chile.
De este modo, la pluma nos va soltando reveses anclados en las relaciones más estrechas del movimiento punk con filósofos más desalineados al Sistema como Sócrates, Nietzsche o Camus. Mención especial para Diógenes de Sinope y su actitud de vida como esencia antiquísima de lo que se crearía musicalmente siglos después. El propio Schele dice “Más allá de lo estético y lo musical, para ser punk hay que asumir, al igual que en la filosofía, el pensamiento crítico como forma de vida, poniendo en entredicho todos los valores y fundamentos de la época. El ejemplo por seguir es entonces el de Diógenes, ladrando ante cualquier estímulo que amenace la libertad y el control sobre la propia vida” (45).
Importante también recalcar en el ensayo, las asociaciones más irreverentes de todas las épocas que se ajustan a los criterios de este estilo musical. El anarquismo y el movimiento vanguardista Dadá son los ejemplos más vistosos en el que se hace una conjunción entre lo que profesan, convergiendo en puntos similares.
El libro también funciona como un anecdotario reciente de situaciones vividas. En sus páginas, se realiza la última visita frustrada de La Polla Records a nuestro país (¿Fue una visita frustrada?) o la irreverencia de Fiskales en Lollapalooza. El título, a su vez, se presenta como una historia que atraviesa todo el ensayo, que sirve como acto introductorio y como telón de cierre. El significado y el resultado verdaderos de esta combinatoria filosofía-punk nacen de una zapatilla perdida en un contexto que podrán leer y descubrir.
Un libro que trae de vuelta la estética dionisiaca y la fiesta del punk. O ambas si quiere verlas desde la vereda de una asociación innegable. Eduardo Schele articula las corrientes de la filosofía y las trasunta con ese maravilloso estilo que nació en la década de los setenta y que se niega a morir. Porque como varias canciones dicen, no tenemos futuro y el presente es una dicotomía constante entre el optimismo y el pesimismo, entre la fiesta y el disconformidad.