Por Francisca Neira.
Fotografías por Francisco Aguilar A / Artatrax_cl
Año tras año llega una época en la que todos los amantes de la música esperan ansiosos la liberación del cartel final de Lollapalooza Chile. Saber quiénes visitarán el Parque O’Higgins se vuelve imperativo para muchos y acomodar horarios y correr de un escenario a otro en un par de días del fin del verano despierta cierta adrenalina entre quienes visitan el festival cada vez. Pero Lollapalooza es bastante más que un concierto de larga duración y dividido en diferentes stages o espacios. Es realmente, como ellos mismos insisten en nombrar, una experiencia.
La mayor prueba de lo anterior es la cantidad de gente, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, que pierden cualquier vergüenza que pudieran sentir en la vida cotidiana y sacan a relucir lo más estrafalario de sus armarios. Puede que busquen llamar la atención entre tan amplia multitud, que hace que cualquiera pase desapercibido si así lo quiere o, bien pueden querer expresar la interioridad que muchas veces nuestra cultura insiste en normar, reprimir y estandarizar a como de lugar.
Aliens de juguetes, gente en pijama, un tipo vestido de conejo y un disfraz muy extraño de un hombre montado sobre un dinosaurio se mezclaban entre ropas brillantes, maquillaje de glitter, y mucho encaje y transparencia y, a su vez, ellos con voluntarios de distintas causas utilizando poleras lisas de distintos colores. Porque sí, Lollapalooza mantiene desde sus inicios hasta el día de hoy un ligue (cada vez menor, eso sí) con las subculturas o las iniciativas que, a pesar de lo noble de sus causas, muchas veces pasan desapercibidas.
De esa manera es que llegaron al festival los stands de organizaciones conocidas por la mayoría de nosotros tales como el Hogar de Cristo, Coaniquem o Desafío Levantemos Chile y otras de formación mucho más reciente como DKMS, que invita a aliarse en la lucha contra el cáncer de sangre y Cambiemos la Historia, una fundación muy nueva que busca promover la donación de órganos, principalmente apuntando a los jóvenes.
Pasaban las tardes (tres días es un tiempo considerable) y en el ir y venir entre escenario y escenario se veían “objetos” difíciles de descifrar e instalaciones que llamaban la atención de inmediato. Entre ellas resultaban llamativos El Péndulo, obra de Ephemeral que buscaba marcar el ritmo del corazón del festival y en el que, por la noches, se proyectaron obras audiovisuales de distintos artistas chilenos; y Rock Legends, exposición fotográfica a cargo de Georges Amann compuesta de retratos de músicos fundamentales en la historia del rock como David Bowie y Johnny Rotten, entre otros. Otras obras, como pinturas e instalaciones, donde fue posible descubrir en los paseos por el parque, cada una con su espacio propio y su intención, tal como ocurrió con lo organizado por Pousta que buscaba celebrar la inclusión de las personas LGBTIQ y transgénero, y que contó con la presencia de la actriz más connotada de nuestro país en la actualidad, Daniela Vega.
Con el correr de los días, además de las obras, pudimos notar que muchas personas en sillas de ruedas o ciegas llegaban al recinto y la primera impresión tiende a ser preguntarse ¿cómo verán el espectáculo? o ¿cómo se desplazarán dentro de este lugar tan grande e irregular?, pero lo cierto es que hay una intención por parte de la organización de hacer de este un espacio realmente inclusivo, en el que todos puedan disfrutar de los shows ya sea que lleguen caminando, en bicicleta (habían lugares especiales para aparcar) o en silla de ruedas, así como asistencia en baños universales, lengua de señas (dejando más que claro que la música no lo es todo en este festival), e inclusive habían van de acercamiento desde el sector de estacionamientos. Lo anterior es algo que, sin duda, se valora de sobremanera ya que muchos espectáculos establecen lugares especiales para personas con movilidad reducida pero muchas veces con vista parcial o con algún otro tipo de dificultad.
En este caso, la inclusión es evidente: rampas para los “lomos de toro” bajo los que van los cables eléctricos y en los desniveles complicados del suelo de tierra y otras iniciativas concretan una preocupación real por este tema. Y ojo, que no solo hablamos de personas con capacidades diferentes, sino que también de convertir la experiencia Lollapalooza en una instancia familiar en la que no solo se permite el ingreso de menores o se restringe el consumo de alcohol sino que, además, se adecúa un espacio pensado especialmente para niños, con actividades acordes a sus intereses en un entorno que facilita a los padres o adultos el cuidado de los más pequeños ya que, entre otras características, es el lugar con más árboles (y por lo tanto sombra) de todo el recinto, tiene amplios espacios de pasto para tender mantas y descansar o jugar con los pequeños y varias mesas de picnic a lo que se suman los servicios instalados por la organización como un espacio para que las mamás puedan amamantar a los bebés, mudarlos y mantener entretenidos a los chicos con maquillaje y tatuajes temporales que se impregnan en la piel, muy cerca del stand en el que pueden aprender a reutilizar desechos para confeccionar juguetes o mochilas.
Finalmente, uno de los aspectos más en boga en el último tiempo y más reconocidos de Lollapalooza en particular, es el “espíritu verde” que desde sus inicios profesan. Apuestan por producir un evento sustentable con todas las dificultades que ello implica, para lo cual, además de promover el reciclaje con monitores y basureros que invitan a separar tus desechos, han dispuesto un sector especial denominado “Aldea Verde”, lugar donde se encuentran instalados no solo los emprendedores que ofrecen masajes o clases/sesiones de yoga o sonoterapia sino también los de organizaciones sin fines de lucro como Revolución 21 (o R21) dirigida por Charly Alberti, ex Soda Stereo, que busca recolectar donaciones de árboles para la reforestación de los lugares afectados por los incendios forestales ocurridos el año pasado en nuestro país. Por otra parte, en la misma Aldea encontramos algunos emprendimientos de carácter sustentable, entre los que destaca Modulab, una empresa de diseño y procesos sostenibles, que actualmente trabaja en una campaña con Bomberos de Chile, en la que reciclan los uniformes de estos últimos para fabricar mochilas únicas.
A lo anterior se sumaron otras iniciativas como la exposición de un iceberg de nueve mil litros instalado en el stand de National Geographic, que lentamente se derretía con el calor y el sol de los últimos días de esta temporada estival y que tenía como objetivo concientizar a los curiosos acerca de la aceleración de los deshielos a causa del calentamiento global (cabe destacar que el agua derretida se utilizaría posteriormente para el riego de áreas verdes de Santiago; los levantamientos de varias marcas comerciales que proporcionaron a los visitantes diversas experiencias como conocer y compartir con Power Peralta o jugar videojuegos de realidad virtual y, finalmente, una serie de stands de emprendedores que vendían desde ropa apropiada para un festival hasta barberías o estudios de tatuajes.
Si lo que se busca es un recuerdo tangible, poleras, vasos y varios otros artículos alusivos al festival se podían conseguir en los varios stands de venta de merchandising oficial que se podían encontrar, normalmente, junto a los puestos de comida, los que, por su parte, tenían una oferta amplia y de lo más variada que iba desde las tradicionales papas fritas hasta hamburguesas de corte gourmet.
Con todo lo anterior, que no es más que una parte de lo que realmente se puede vivir estando en el festival, no es difícil concluir que Lollapalooza es un lugar, una realidad paralela que funciona por un par de días y que nos permite ser y hacer lo que en nuestra vida cotidiana no podemos o no nos atrevemos. La idea salta a la vista: revelarnos y rebelarnos, siempre con buena música de fondo.