Por Alan Hover Zúñiga.
Ema es una joven bailarina que, luego de arrepentirse con su pareja de la decisión de adoptar un niño, lucha con el remordimiento y la culpa que la acongoja cada día. A través del baile y el amor, Ema se adentra en un viaje por las calles de Valparaíso en busca de tranquilidad y reconciliación, no sólo con el niño, sino que también con ella y con las personas que la rodean, sacando a flote su verdadera naturaleza.
La última cinta del galardonado director chileno, Pablo Larraín, desde Jackie (2016) que le valió una nominación a Mejor Actriz a Natalie Portman a los Oscar, es quizás su cinta más atrevida hasta la fecha. Y con mucha razón.
El sexo siempre ha estado muy presente en la filmografía de Larraín, de forma explícita o más discreta. De hecho, se podría decir que desde Post Mortem (2010), no habíamos visto esa clase de intensidad en sus siguientes obras. Pero en Ema toma un mayor y claro protagonismo, liberándose de las sutilidades, y explorando de forma atrevida los límites del acto sexual. Ema (tanto el personaje como la misma) nos observan críticamente, incluso rompiendo la cuarta pared en más de una ocasión, para jugar con nuestros tabúes y la realidad misma. Con la naturaleza humana, sus conflictos, inseguridades, y dramas moralmente aceptables. Para cuestionar una sociedad que podría estar estancada desde hace ya mucho tiempo, y que, al presentarse oportunidades para avanzar, no siempre las toma.
Otros elementos que son importantes recalcar, son el color y la música que le dan vida a la historia, creando una atmósfera casi cyberpunk durante toda la película. Como si esta fuera un gran videoclip cuidadosamente trabajado, para que la tensión y el misterio no suelten la mano del espectador recordando así los trabajos del director Nicolas Winding Refn (The Neon Demon), o de The Safdie Brothers (Good Time).
La música toma una identidad característica en la historia. Lo es todo para Ema a través del baile. Es su cura. Su pasión. Su droga y su trabajo. Es imposible no llegar a ese final sin pasar por las distintas aristas que regala la danza. En especial la urbana, dónde los sentimientos son expresados de forma más atrevida y libre. Porque después de un largo día de problemas, trámites y relaciones confusas que se van desarrollando, la guinda de la torta es un orgasmo. Liberador y extenso. Ideal para dejar espacio a la calma, y a la racionalidad. O eso sería lo ideal. Pero en el mundo de Ema, en ese Valparaíso casi futurista, no hay lugar para lo anticuado. Y para la protagonista es bastante gratificante saber que ahora por fin puede mostrarse como es.
Hay que destacar también el gran trabajo de Mariana di Girolamo y Paola Giannini, que son las encargadas de vivir al límite esos conflictos internos. En algún momento de la cinta, ellas son las únicas protagonistas y se lo merecen. Es importante verlas juntas y separadas. Es importantes vivir con ellas sus conflictos porque, quizás, sirva como terapia para mucha gente. Es tiempo de dar el salto en la industria. Hay un mundo ideal en donde por fin el teatro, el cine, y la música se unen dando vida a un nuevo género, y se viene gestando hace ya bastante tiempo de forma sutil. Con esta película podemos entender que este tipo de productos, son la puerta de enlace con ese nuevo cine y que hay que estar abiertos a ese tipo de historias tan crudas.
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