Por Jorge Fernández.
Si algo nos ha dejado esta cuarentena es el boom que han tenido páginas donde el cine de autor se ha tomado las butacas caseras en los distintos rincones del hogar. No es novedad entonces que en el boca a boca surjan comentarios de películas más under ni que hoy en día lo que no se pudo exhibir en vacías locaciones físicas, goce de un público atento y exigente.
El Centro Arte Alameda fue uno de los primeros en tomar la posta en medio de la pandemia pues ya venía golpeado desde su incendio a fines del año pasado y, cual estrategia bajo la manga, resurgió con la maravillosa idea de crear un sitio cinematográfico plagado de sandía calada. El catálogo está escogido con pinzas. Repleto de directores de categoría mundial, mezclados con variado espacio Latinoamericano, ofrece un menú contundente que, a la vez, cuenta con nuevos estrenos cada semana.
Una de las películas incluidas que ha dado que hablar es la nacional El Príncipe ópera prima del director Sebastián Muñoz y basada en una desconocida novela homónima de Mario Cruz publicada en 1970. El argumento está centrado en Jaime (Juan Carlos Maldonado), joven de San Bernardo que comete un homicidio y es enviado a la cárcel para pagar su condena. Allí lo recibe “El potro” (Alfredo Castro) y su séquito de secuaces. Todos duermen juntos, la sexualidad desatada se respira en el aire y los amores fragmentados se van supliendo conforme llega un nuevo invitado carnal.
El sexo viene a ser un motor relevante que en principio parece encaminarnos al mismo sendero de las violaciones en las duchas o al del novato como llavero en un manojo de llaves que solo unos cuantos pueden manipular. Sin embargo, es mucho más que eso. El sexo es violento, tierno, desigual, inhumano, heterosexual y homosexual. No hay cabida para prejuicios, es emoción desbocada y puntal directo para alegrías momentáneas y desventuras eternas.
La cinta ganó la categoría “Queen Lion Awar” en el glamoroso Festival de Venecia (2019) y tiene bajo su brazo otras tantas distinciones de renombre. Y es que detrás de la historia hay respaldos sólidos de un trabajo de calidad. Luis Barrales es guionista junto al director, y un incombustible Alfredo Castro brilla de la misma manera a la que nos tiene acostumbrados. Juan Carlos Maldonado y el argentino Gastón Pauls son también tremendos aportes a la historia.
Puede que la vulgaridad (léase con el significado que corresponde) de El Príncipe sea un violento choque para los que quieran disfrazar la realidad con pergaminos idealizados sobre lo que sucede dentro de un recinto penitenciario. Precisamente lo excelente de esta película es que nadie se hace cargo de estos estereotipos pacatos y el argumento avanza como tiene que hacerlo: sin medias tintas ni mejillas sonrosadas.
Un asesinato y el culpable en la primera escena. El misterio no radica en ello sino en ver cómo el principio no es verdaderamente el comienzo y es el final el que da un giro trascendental que te entrampa en una vida circular sin salida aparente.