Por Jean Broussaingaray.
Cobra Kai es una serie secuela de la clásica película Karate Kid estrenada en 1984. La serie nos sitúa 30 años después de la derrota sufrida por Johnny Lawrence a manos de Daniel Larusso en el torneo de karate All Valley. Ahora Lawrence vive un mal momento en su vida; sin trabajo ni dinero, con una clara afición por el alcohol y alejado de su hijo. Pero al ayudar a Miguel, un chico que estaba siendo víctima de bullying, se da cuenta de que el espíritu del karate aún vive en él y decide volver a abrir el dojo Cobra Kai. Sin embargo, eso le traerá una serie de desencuentros con su ex enemigo, Danny Larusso, quien vive una vida de éxito pero que pareciera que algo le falta tras la muerte de su mentor, el Sr. Miyagi.
A todas luces Cobra Kai es un buen logro. Puede parecerte algo amateur y sensiblera en un comienzo, tiene una tonalidad algo anticuada a nivel de relato e imagen, pero va creciendo de una manera que realmente sorprende. Parece una serie más bien noventera que ochentera, lo que la hace bastante peculiar, pero en ningún caso molesto.
Más que un simple ejercicio de nostalgia, que sería algo sencillo, es una reapropiación crítica y, a la vez, divertida del cine adolescente ochentero. Tanto Ralph Macchio (Daniel) como William Zabka (Johnny) parecen haber nacido para estos papeles, han crecido en todos los niveles y verlos en acción es el gran goce de esta serie. El espíritu de la gran Karate Kid se mantiene intacto.
Además, no deja de ser un regreso inteligente. Johnny es un personaje quebrado, por lo que tiene una complejidad que ayuda a darle un sentido de mayor profundidad a un producto que por fuera se ve más superficial. Cada episodio está compuesto de 30 minutos compactos de diversión. Si bien los arcos argumentales de la película se mantienen casi intactos, el tono es diferente, más cercana a la comedia que al drama, lo que la hace más fresca y fácil de ver. Además, juega con los cambios de modo de conducta generacional, la juventud plasmada en película original no es la misma que la que vemos hoy. Si bien el abuso escolar, un tema siempre presente en cada capítulo, siempre ha existido, es en esas diferencias donde se concentra gran parte de la gracia de la serie.
Como mencionabamos antes, la nostalgia se hace notar, sobre todo en esa forma de película de redención deportiva ochentera, aunque se nota que la intención de los creadores no es buscar eso. Es más, diría que ese estilo retro clásico juega incluso, de manera muy hábil, con la autoparodia.
¿La adolescencia perpetua de los personajes principales puede parecer ridícula? ¿Por qué dos cincuentones pueden seguir tan enganchados de modo traumático con lo que vivieron esos años? Es en esa premisa que opera la nostalgia, a través de códigos, situaciones, y hasta música de la época que opera de modo irónico ante esta situación, lo que aviva esta llama que mantiene prendida esta historia y que se arrastra ya por treinta años.
En definitiva, es una serie que puede tener defectos, pero está escrita con ingenio, tiene mucho corazón y una chispa creativa consistente que hace que merezca la pena verla. Temporadas 1 y 2 disponibles en Netflix.