Por Jorge Fernández.
Lentes oscuros y vestidos de etiqueta negra. Caminan por la calle como si les perteneciera. De fondo, no se escucha “Little green bag” de George Baker ni es Steve Buscemi o Michael Madsen quien avanza a paso medido.
Esa fue la escena de realidad que vio Crystal Moselle por las calles de Nueva York. Luego se enteraría que los protagonistas eran hermanos, un poco más tarde que eran amantes del cine y finalmente que tenían un estilo de vida fuera de todo foco digno de ser representado en un documental que se concretó en 2015, que lleva el nombre de The Wolfpack y que está disponible en el laureado catálogo de Centro Arte Alameda.
De padre peruano y madre norteamericana, los hermanos Angulo (6 hombres y una mujer) han vivido toda su vida en Nueva York, son amantes del cine y su educación se desarrolló gracias a su madre en su propio departamento. Hasta ahí, el hermetismo no parece tan extremo hasta que nos enteramos que el padre tenía la única llave de la puerta principal del lugar y que no podían salir de las cuatro paredes más que una o dos veces por año.
La falta de contacto con la sociedad se ocultó tras las miles de horas de películas que tuvieron la oportunidad de ver. La realidad de afuera, entonces, fue la ficción que se desprendía dentro de una caja. Cada momento en que no estuvieran estudiando con su madre, lo pasaban viendo cintas de todo tipo o recreándolas con los artículos caseros que encontraban y con una imaginación y dedicación desbordantes. De esta manera, se van sucediendo los ya mencionados trajes para Reservoir Dogs o Pulp Fiction, máscaras de los clásicos de terror e incluso un diseño completo representando a los personajes de Christopher Nolan para su trilogía del Caballero de la Noche.
Esta es una realidad que parece de película y que se filma como documental. Como toda historia que se precie de serlo incluye un antagonista. En este caso, tiene nombre y apellido: Óscar Angulo, quien conoció a Sussane siendo guía turístico en su país de origen y de ahí en más se devolvieron a Norteamérica con un sueño malogrado con los años. Óscar profesaba el Krishnaísmo, de ahí el nombre de sus hijos (Mukunda, Narayana, Jagadisa, entre otros) y la drástica decisión de alejarlos de la sociedad para que no se contaminaran con los males que esta acostumbra ofrecer. Linda postura humana si no fuera porque vivían en medio de la ciudad, no le trabajaba un peso a nadie (Sobrevivían por medio de Sussane, quien ganaba una pensión social por educar a sus niños) y la mayoría del tiempo estaba borracho, lo que lo tornaba agresivo hacia su familia.
La relación familiar se vuelve el centro de una trama que abunda en referencias cinematográficas y que poco a poco se va encumbrando en sueños truncados y por realizar. Porque así es la vida de los Angulo, tiene un poco de dulce y agraz. La hermandad se avizora tras cada copia de guion, tras cada recreación de escena, tras cada decisión que alguno de ellos tome.
El relato es natural. No sabemos qué vemos hasta que lo vemos. ¿Es su propia película la que dibujan sus palabras? ¿Hay un guion que se maneja tras las sombras obnubiladas de la realidad a la que pertenecen? El cine nos tiene acostumbrados a historias donde el alejarse de la realidad depende del contacto con lo natural, pero qué sucede en nuestra mente cuando tampoco queda esa garantía. El vidrio de su ventana da hacia la realidad que ellos desconocen, el vidrio de la pantalla les da otra realidad que saben que es una ficción. Su propia vida es un documental, una película, una ficción y depende de ellos que la situación se mantenga o deje de ser así.