Por Jorge Fernández.
Xavier Dolan es un director, productor y guionista canadiense que cuenta en su currículo con ochos películas a la fecha. Es un tipo que tiene a sus pies al prestigioso Festival de Cannes. Ovaciones varias, unos cuantos premios bajo el brazo y la solidez de cintas que no defraudan nunca. Está carta de presentación parece similar a cualquier director de cine con un tanto de renombre. La diferencia en Dolan es que tiene sólo 31 años.
De hecho, es de Mommy (2014), su quinta película, que venimos a hablar. Esto debido a su reciente incorporación a la plataforma de Centro Arte Alameda, con títulos nuevos cada semana y un catálogo de alta impronta.
Mommy se desarrolla en una Canadá distópica. En aquella sociedad, rige una ley donde las madres solteras (viuda en este caso) tienen la potestad de entregar a sus hijos con problemas al Estado para que este se haga cargo de su educación. Steve, el adolescente que irrita la paciencia de su madre, tiene Déficit atencional con hiperactividad y su conducta es agresiva y disruptiva. Diane, que así se llama la madre, decide hacerse cargo de igual forma de su hijo y la interacción entre ellos y con su vecina Kyla es lo que define el núcleo argumental de la historia.
La película no hace aspavientos exagerados de un futuro terrible. Simplemente trae a colación un hecho que concita la atención de una relación familiar que no termina de cuajar y que tiene como común denominador una intermitente sensación de caos versus tranquilidad.
Nadie tiene la varita mágica que explica cómo ser madre. Nadie te puede decir cómo educar a tu hijo. Nadie tampoco te da unas palmaditas en la espalda cuando lo estás haciendo bien. Aseveraciones como estas son las que se muestran con una sutileza ágil y bien llevada por las grandes actuaciones y los movimientos en cámara de las hojas, de los pies, de los vehículos y de los pensamientos. Todo esto, acompañado de un soundtrack espectacular que incluye canciones de Oasis, Lana del Rey, Simple Plan y Beck, entre otros.
La relación madre-hijo es un tópico especialmente utilizado por este joven prodigio de la cinematografía mundial. En algunas, con mayor ahínco como en su opera prima de 2009 Yo maté a mi madre o en la particular Mommy. Lo que lo hace atractivo, pese a dar con la misma tecla, no es el hecho de levantar la voz sólo por hacerlo, sino en perfilar las relaciones de una manera más aterrizada e inconsciente sin tener claridad de si jugar con dinamita será totalmente peligroso o solo visceral. Xavier Dolan tiene esa virtud. Traslada nuestros sentimientos a personajes que no son estereotipos malos ni buenos, sino solos sombras inertes que vagan en una niebla espesa que se hace muy difícil superar. Si hay un antagonista, no es quien te choca el auto ni quien ya no aguanta más a ese ser humano que salió de tu cuerpo, sino la sociedad, esa oscura entidad anónima que te golpea en el suelo cuando intentas levantarte para poder salir a flote y terminas hundiéndote cada vez más en la desesperanza.
Mommy es una historia placentera. A ratos incómoda y extenuante. Con una poética que provoca llagas en tu piel y que quieres seguir viendo porque así no más es la vida: con heridas abiertas que se encargan de mostrarte que la realidad no la dibujas siempre tú.