Viejos de mierda: Culto a la verdad a través de sus protagonistas
Teatro Nescafé de las Artes, 25 de mayo 2017.
Por Jorge Fernández.
Fotografías por Javier Valenzuela (Teatro Nescafé).
Innumerables veces hemos escuchado hablar de los ancianos. De su lento caminar, de su largo transitar, de sus mañas y de su sabiduría, de los prejuicios, de sus dolencias, de su malestar continuo y del cansancio terrenal que los ampara. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a que no sean ellos mismos quienes, sin pelos en la lengua, nos trasladen a sus pensamientos más íntimos.
Esto hasta ahora, porque de la mano de tres tremendas figuras nacionales, hemos experimentado el peso de lo que significa ser anciano en este mundo mediado por los avances tecnológicos y la urbanización despotricada. No hay pudor ni eufemismos baratos de poca monta para decir unas cuantas verdades. Los adornos florales para las tumbas. Aquí hay fuerza mediática para llegar a ser “imperecederos”, como dice en reiteradas ocasiones uno de los personajes.
La acción dramática transcurre en una sala de espera de una municipalidad cualquiera donde tres ancianos esperan años para poder renovar su licencia de conducir. Los años no son literales, obviamente, pero para ellos una hora, dos horas o tres, es mucho tiempo y es así como lo manifiestan de manera hiperbolizada. La espera da paso a conversaciones triviales y estas a su vez, nos trasladan a una crítica social cargada de ironía y profundo sarcasmo sobre la sobrevivencia senil.
Las eminencias en escena son los talentosos Jaime Vadell, Tomás Vidiella y Coco Legrand, quienes parecen estar inmersos en sus propias vidas, pues hacen de la sala de espera, una construcción desechable de hogar, donde deambulan sueños frustrados, disgusto con su presente y, más que todo, una profunda nostalgia que recala sin misericordia en esos escurridos cuerpos, cargados de achaques. No obstante, esta pesadumbre constante se nos va apareciendo por medio de situaciones graciosas, momentos en que las anécdotas permiten una risa desbocada y la empatía nos atraviesa las entrañas por medio de la sátira y la crudeza que puede existir en la vida misma.
La dramaturgia estuvo a cargo de Rodrigo Bastidas y el propio Jaime Vadell, quienes con el pulso apropiado, supieron dar vida, no solo a tres ancianos disconformes, sino a una historia que se mueve por sí sola, dando claros indicios de qué es vivir la vejez en palabras de sus propios protagonistas.
Dentro de los temas que aparecen nos encontramos con ese remitir inexorable a la muerte, los llamados telefónicos ofreciendo trivialidades, los nombres de las calles, la destrucción de la infraestructura patrimonial, los hijos, nietos, bisnietos, asilos, bingos, remedios y un largo etcétera que sólo nos da tiempo para reír una vez más.
La obra se llama Viejos de Mierda, no porque ellos lo sean, sino por cómo supuestamente se ven o los ven. Saben que el tiempo los apremia y necesitan hacer algo que los mantenga vivos, saltando en esa delgada línea de tiempo que los hace trastabillar cada vez con mayor frecuencia.
Conforme transcurre el relato, nos damos cuenta que, finalmente, los personajes seguirán siendo unos completos desconocidos para el mundo en general, mientras que si trasladamos nuestra visión hacia los actores que los encarnan, podemos tener la certeza de que son ellos, a través de su inmensa trayectoria y talento, quienes serán los verdaderos seres imperecederos.
Al final, el cuadro cambia, las condiciones empeoran y las dudas se mantienen. Los viejos de mierda continúan su vida de mierda. Parecen estar en un hospital donde ya ni siquiera son pacientes sino tristes usuarios esperando una señal que les permita ser agentes de acción en un mundo en el que su inmovilidad es un hecho y donde, desgraciadamente, ya no hay vuelta atrás.