Por: Jorge Fernández
Los dados estaban lanzados. Todo apuntaba a que, una vez más, la industria cinematográfica se vestiría con su mejor atuendo de villano y premiaría a lo más graneado del jet set hollywoodense. El sol estaba en su máximo esplendor mientras una pareja hecha a la medida, bailaba por las calles de Los Ángeles junto a las personas que transitaban por el sector. Pero cayó la noche y con ella llegó la luna, una resplandeciente que se negaría a desaparecer del firmamento en que la acompañaban tantas estrellas. Así fue como Moonlight (2016) arrebató el podio y se coronó con la estatuilla más pretendida en los recientes premios Oscar.
La película, con un gran elenco de actores afroamericanos, se proyectó desde una perspectiva diferente para tratar los temas sociales que, día a día, están en la palestra de seres oxidados que aún viven y no dejan vivir. Con un marcado matiz para interiorizar en la vida de su protagonista y acentuando su relación con los personajes secundarios, Barry Jenkins, su director, fue capaz de crear una sinfonía conmovedora que llegaba armónicamente a nuestros oídos. Pintó historias verosímiles y desdibujó esquemas triviales con recursos visuales que mostraban innovación y constante deleite.
Moonlight está fragmentada en tres episodios. Cada uno de ellos representa un trozo de historia en la vida de Chiron. Niño, adolescente y adulto, diferentes etapas entrelazadas por una misma desidia hacia el mundo incomprendido que lo rodea. Chiron es una persona de pocas palabras, retraída y con un cúmulo de sentimientos apretujados en su interior. Las personas que se van cruzando en su camino, sirven para romper con los prejuicios preestablecidos de la sociedad frente a la aparente devastación familiar y personal. Los efectos no necesariamente están ligados a las causas que los preceden y las barreras se rompen con cada puntapié que se le da a ese tormento invisible que subsiste en derredor. Sin victimizar a sus personajes ni hacerlos ver como héroes y con un juego de cámaras escurridizas que muchas veces pierden el foco, Moonlight es una película novedosa y, por sobre todo, imperdible.
La mortalidad de la realidad y el apremio del tiempo no permiten que las diversas etapas vividas por el protagonista sean encarnadas por el mismo actor (excluyamos a figuras como Richard Linklater, director que trabaja sus películas con el mismo elenco por años). Debido a esto es que los que tomaron el real protagonismo a la hora de las nominaciones fueron los actores de reparto. Y bien merecido se lo tenían. Mahershala Ali es Juan, un hombre ya adulto que le entregó un cariño especial a Chiron durante su periodo de infancia y que lo marcó de por vida. Su posición de confidente y su sinceridad plena ante los ojos del pequeño, hicieron que su actuación en un tercio de la película fuera suficiente para hacerse acreedor del Oscar.
Naomie Harris encarnaba a Paula, madre de Chiron. Despreocupada, drogadicta y muchas veces sobrepasada por sus propios demonios internos. En el desapego de esta madre vemos el primer retrato de la vida compungida de Chiron. Sus procesos marcados de vida se nos muestran por medio de la disonancia y euforia de Paula.
Si bien, Naomie estuvo nominada a los Oscar por su impecable performance, el triunfo se lo llevó otra actriz afroamericana, Viola Davis, quien logró un gran desplante escénico en Fences, obra de teatro llevada al cine, donde los densos parlamentos permitieron recalcar aún más su calidad actoral y dejar a Naomie sólo como una meritoria contrincante.
En los círculos asociados al mundo cinematográfico se habla de una redención a lo ocurrido en premios anteriores, donde los artistas afroamericanos habían perdido protagonismo y, obviamente es así. Los tiempos están dictaminados para que la ganadora de la meca del cine fuera una película que aborde temáticas sociales recurrentes y no sólo un juego perfecto de brillos, colores y canciones. El detalle importante y a destacar eso sí, es que para redimir las culpas que los carcomían, apostaron en grande, ya que Moonlight no es simplemente una aparición sino que funciona como los manecillas del reloj. Cada manecilla sabe cuál es su función y al final son otros los que terminan dando la hora.
Es ilusorio pensar que una magnificencia como Hollywood se quedaría de brazos cruzados mientras todo a su alrededor se desmoronaba. Moonlight era el secreto mejor guardado, el de la sorpresa y la novedad. Ese motor con profundidad dramática necesario para darle un respiro a la opulencia efímera que muchas veces nos entrega la industria.