Por Jorge Fernández.
Existe un juego recurrente en las películas de hoy en día. El tiempo se disfraza de ambigüedades y el argumento comienza a formarse tras pinceladas de pasado y presente narrativos. Si a esto se le suma una cuota de ficcionalidad dentro de la ficción misma, nos vemos en la profunda necesidad de abstraernos de nuestro mundo real y convivir, por un poco más de dos horas, con un testimonio enigmático de lo que la literatura y los recuerdos pueden provocar en una persona.
Animales nocturnos (2016) está protagonizada por Susan Morrow (Amy Adams), una galerista contemporánea, que pertenece a un paraíso no precisamente soñado por ella. Su vida parece ser perfecta pues es exitosa y admirada, pero a medida que avanzan los minutos nos damos cuenta de los pilares frágiles que la sostienen. Esto queda al descubierto cuando su ex marido, el escritor Edward Sheffield (Jake Gyllenhaal), le envía una novela que escribió para que ella sea la primera en leerla. Conforme avanza en el relato, Susan se da cuenta que su vida no está decorada a su manera, que el personaje ficticio y su sufrimiento también repercute directamente en ella y que hay un tremendo vacío en su existencia.
Hay en este segundo largometraje de Tom Ford mucho de metaliteratura. Una conexión directa de sus personajes con el espacio creativo, ya sea por medio de la escritura, de la lectura o de la imaginación. Los deslices temporales hacen que la atención no se pierda jamás, y que el suspenso sea el motor para remover las entrañas suspendidas en la tensión que la historia provoca. La novela que lee es potente, todo lo escrito en ella llega a nosotros por medio de imágenes entrecortadas por las pendencieras interrupciones de Susan, quien de vez en cuando se unta en desconcierto o simplemente asocia los sucesos acaecidos en ella con retazos de su propia realidad.
Dos son los puntos más altos que nos entrega está película. Uno de ellos es la gran adaptación del guión, cuya historia original fue sacada del libro Tony and Susan de Austin Wright, y la polifuncionalidad de las historias, que van creando una atmósfera de intriga y desazón, nos lleva a empatizar con los personajes. Su mundo está dañado porque el destino y sus decisiones no fueron las más acertadas, no conocen la esperanza y viven pensando en lo que podría haber sido si todo lo que ha pasado no hubiese existido.
El segundo punto alto son las magníficas actuaciones. Amy Adams y Jake Gyllenhaal tiene una calidad actoral innegable. Los trabajos que realizan siempre están determinados por guiones indiscutiblemente buenos y, principalmente, relevantes. Se nota que hay una búsqueda incansable por las buenas historias y el producto resultante termina provocando una catarsis sostenida en el tiempo. La actuación de Michael Shannon como el detective Bobby Andes también es destacable, con un sello característico del texano rudo que busca la justicia, aunque su aspecto no inspire necesariamente heroísmo.
Shannon está nominado como mejor actor de reparto en los premios Oscar 2017, única categoría en la que la película está compitiendo. La calidad actoral de sus protagonistas sumado a un guión sólido dirigido por Tom Ford, debieron ser motivos para que esta cinta tuviera más nominaciones, pero no fue así. Lo importante es destacar la historia y darse cuenta que, muchas veces, los premios nos juegan malas pasadas. Es sabido que el cine se respira de distintas formas y que todos tenemos diversas y respetables apreciaciones, por lo que es sano y válido subrayar lo que a veces parece no querer destacarse.