Por Francisca Neira.
Escribir de música es algo extraño, por decirlo simple. Cada publicación genera interacciones contrapuestas entre los lectores, belicosas muchas veces, hay harta denostación de por medio hacia las opiniones de los demás, las pasiones y gustos de unos llevan a las críticas de las pasiones y gustos de otros, incluso entre los mismos fans de una banda o de un artista encontramos opiniones diversas y posiciones antagónicas respecto de otras miradas. Todo, desde lo que se vive en un concierto o se escucha en un disco hasta el punto final de una reseña, crónica o crítica es subjetivo. Lo mismo con la postura del público que lee, llevándonos a pensar que nunca hay verdaderos puntos en común sino solo acercamientos vagos, por partes, coincidencias sospechosas, pero no mucho más.
Así, no podemos evitar preguntarnos si escribir de música es tan subjetivo, de qué escribimos cuando escribimos de ella. Y una especie de luz en la búsqueda de nuestra respuesta apareció, súbitamente, de improviso, mientras leíamos Indiepop: una historia, libro publicado al alero de Santiago Ander Editorial y escrito de la mano del profesor y académico Ricardo Martínez-Gamboa, quien ha dedicado gran parte de sus letras a esta extraña actividad de escuchar-sentir-pensar-decir para contar una historia, explicar un punto, compartir una emoción, entregar una mirada académica o cualquier cosa que se haga al escribir de este mundo tan particular.
Y decimos que fue inesperado este encuentro porque Indiepop es un libro que relata la evolución y expone las conexiones estéticas, sociales y culturales de un estilo musical que, a la vez, es un estilo de vida para muchos de sus seguidores; pero, por otra parte, también nos narra experiencias y emociones del autor del texto que, al parecer inevitablemente, se entrelazan con cada uno de los datos que nos entrega para dar cuenta del desarrollo de un género. Y por ahí comenzamos a tirar el hilo de una respuesta probable a la pregunta que daba vueltas en nuestra cabeza: cuando escribimos de música no escribimos de nada más que de nosotros mismos, de nuestros afectos, ilusiones, de los recuerdos que se reavivan, de las provocaciones a las que nos vimos sometidos al escuchar una u otra melodía, al contexto que le damos al trabajo de otros y, por qué no, a la connotación política (en el amplio sentido del término) que le otorgamos a la expresión artística.
Leer el libro de Martínez-Gamboa, editado por Santiago Ander, fue un viaje entretenido y profundamente informado por una historia prolífica en discos, revistas, bandas, sellos… Información sobre los cassettes C-81 y C-86, el “Twee” y cómo hablan las guaguas gringas, Sarah Records (presentado como el corazón mismo del indie), un cuarteto de conciertos en distintos boliches y festivales de Catalunya, Santiago y Belper; de los coros empalagosos y las segundas voces que de segundas no tienen nada, de los timbres raros como el de Leo Dan, del vínculo entre el género musical y el fútbol, los colores (sí, los colores), las fuentes tipográficas, la vida en provincia, el punk, las canciones de iglesia y, por sobre todo, de Belle and Sebastian.
Al mismo tiempo, se responde la pregunta qué es el indiepop (página 65, sin spoilers), aunque más adelante se destacan algunas salvedades de la conceptualización y, efectivamente, se cuenta su historia, una que no es cronológica y en la que el tiempo pasa a segundo plano, pues los puntos estratégicos de la narración están dados por la aparición y desaparición de los sellos discográficos (y sus protagonistas) y por los lugares en los que se encontraban los principales exponentes del género, considerando en primer plano a Escocia, Inglaterra, España y Latinoamérica. En esa línea, un apartado referido a Chile y su forma particular de producir el indie, llenando un espacio vacío de la industria nacional, llamó nuestra atención tanto como la de El País, medio que fijó su atención, según el autor, en lo que pasaba por estos lares, principalmente con músicos como Javiera Mena.
No obstante, mientras se desarrollaba todo el contenido descrito, se contaban también varias intimidades de Martínez-Gamboa: la serie Azabache que veía cuando chico, las fiestas de la post adolescencia, su luna de miel con la Carmen y el recorrido para sacarse fotos en lugares canónicos del indiepop (de hecho, gran parte de las fotos del libro son del propio autor), los viajes a Viña, las conversaciones con su jefe, el también escritor Álvaro Bisama, sus amigos y colegas en el Entre Tinajas, el redescubrir cassettes en la guantera del auto, las emociones ante la posibilidad de ver (dentro y fuera del país) a bandas musicales del género, el cantarle “Colores” de Les Ondes Martenot a su hija Carlota. Todo escrito, evidentemente, en primera persona, poniendo el punto en lo subjetivo que resulta escribir de música pese a las ocho páginas de referencias de la investigación realizada para el desarrollo del libro, pese al glosario incluido en las páginas finales, pese a la gran cantidad de citas que pueblan las 146 páginas de historia. Su propia historia. La historia del indiepop. Quién sabe.
En los últimos párrafos, el autor desliza la idea de repetir un error con la escritura de este libro. Creemos que no. Creemos que tiene un gran mérito el contar nuestras propias historias que son también, en parte, historias colectivas. Que forman parte de entramados sociales y culturales. Porque, aunque algunos insistan en lo contrario, escribir de música parece ser siempre personal. Y lo personal siempre es político.